Ninguna traducción es transparente ni existe una perfecta equivalencia entre versión y original. Las cuestiones de fidelidad o divergencia apuntan a las tensiones que surgen entre las lenguas y, más secretamente, a las que aparecen entre los campos literarios extranjeros y el receptor. En las décadas de 1940 y 1950, la editorial Sur impuso una práctica de la traducción a la vez democrática y elitista. Las obras de William Faulkner, Virginia Woolf, Samuel Beckett, Jean Genet y Graham Greene, entre otros, fueron transpuestas por el filtro de traductores-escritores como Jorge Luis Borges, José Bianco y Victoria Ocampo, acusados rápidamente de extranjerizantes, aun cuando la noción misma de traducción contradice esa imputación. Se trata de hacer legible, no sin intenciones estéticas, ideológicas y comerciales, aquello que para la mayoría resulta inaccesible. Polémica, amena y exhaustiva, esta investigación de Patricia Willson ilumina un aspecto tan central como velado de la producción literaria, de la industria editorial y del intercambio simbólico entre culturas diferentes.
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