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portada Nena Berta
Formato
Libro Físico
Idioma
Español
N° páginas
80
Encuadernación
Tapa Blanda
ISBN
8489371830
ISBN13
9788489371835

Nena Berta

Conrado Neira (Autor) · Renacimiento, S.A., Sevilla · Tapa Blanda

Nena Berta - Conrado Neira

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Reseña del libro "Nena Berta"

NENA BERTA...Fue en Reus donde lograron "dar mico" a Celes y a Blanca. El tren paraba largo rato, y bajaron los cuatro al restaurante. Una vez allí, no fue difícil separarse, dar orden de retirar los equipajes y trasladarlos al ómnibus, que los condujo a un hotel cualquiera del centro.Cuando Berta abrió el balcón del gabinete, oyóse el pitido remoto del tren, que reanudaba su marcha hacia Barcelona. En el hotel aceptaron sin sospechas la mayor edad de Berta, que al mentir sintió por vez primera en su vida el agridulce sabor de la aventura. Ya en el gabinete, ganóle a ella el rubor de la iniciación, por el que sospechó Julio, un poco sorprendido, la posibilidad de que fuera la primera vez que se hallaba en semejante trance con un hombre. Comprendía el amante que a la luz del día, bajo la tibieza luminosa del sol de junio, el ánimo de Berta tenía que ser otro muy distinto del que mostrara la noche anterior, llena de motivos líricos y contagiada del vértigo sentimental que el tren produce en los temperamentos nerviosos. Tenía que ser más reflexiva y fría. Sin embargo, y a guisa de ensayo, para romper el embarazo del primer momento, fuese hacia el pe r chero, donde Berta colgaba su sombrero.Estaba de espaldas, con los brazuelos en alto, intentando arrollar en la percha el chal de seda, que se obstinaba en resbalar. Ciñóse a su dorso, abarcó un seno con cada mano, y al abandonar, en su desmayo voluptuoso, la cabeza femenina sobre un hombro de él, buscó sus labios y los mordisqueó tenazmente, mientras las manos, sabias en la caricia, hacíanla vibrar de deseo.Comprobó Julio que la tenía a su merced y que el menor cont á c t o la excitaba poderosamente. Al sentirse a sí mismo contagiado por igual fenómeno, pensó que la noche anterior, llena de caricias preliminares e interminadas, había sido el mejor preámbulo. Fuese a una butaca, y sentó a Berta sobre sus muslos. Observó que sentía el pudor de la luz, y hubo de tender la persiana de maderas, hasta casi cerrarlas. Así, Berta volvería a ser la niña locuaz y desenvuelta de antes.Cuando fue a abrazarla de nuevo hallóse, sin embargo, ante una expresión torva, de desprecio o de odio. No hallaba explicación posible, y volvió a iniciar el abrazo. Ella retrocedió, e hizo ademán de tocar el botón del timbre, a tiempo que advertía:-Si te acercas, grito y armo el primer escándalo.-¡Pero Berta!... -suplicó Julio.-No te acerques. Me das asco. Esto ha sido una locura. En el primer tren me voy a Barcelona.Hablaba con frase entrecortada y dura, de desprecio. Julio derrumbóse en una butaca, hundió la cabeza entre las manos, y suspiró:-No comprendo, Berta; no comprendo...Tocó ella el timbre, y acudió una doncella. Pidió una guía de ferrocarriles. Julio seguía, abrumado por el desengaño, repitiendo:-¡Debí figurármelo!La muy voluble habíase encasquetado el sombrero, sin duda con intención de salir. Llegó la criada con la guía, que dejó Berta sobre la cama, mientras se abrochaba un guante, y de pronto, en forma imperativa, se dirigió a Julio:-Caballero...Esperó, con la mirada humildosa e interrogante.-Supongo -advirtió ella- que me indemnizará de los perjuicios que me cause este retraso, y que los gastos de hotel hasta mi salida correrán a su cargo.Se encogió de hombros, resignándose, sin afirmar ni negar. Berta se abalanzó de pronto sobre él, y le rodeó el cuello con el dogal divino de sus brazos, ciñéndose con furia:-¡Tonto! ¡Te lo habías creído! Los hombres sois imbéciles. Yo, tan chica, sin haber cumplido aún las cuatro pesetas, te estaba armando el lío padre.Contestó él con un diluvio de caricias. Rodó el sombrero de ella sobre un sofá, y los guantes quedaron en el suelo con relieves de brazo amputado. Julio sentía que no bastaban sus manos y sus labios para llenar tanta ansiedad de contactos, y ella vibraba felina y ondulosa, d e jando hacer, en una pasividad que de pronto estalló a su vez en impaciencia. Tacteaban sus manos, súbitamente encanalladas, como las de una meretriz; y de pronto, en un movimiento de retroceso para guardar el equilibrio, sintió en el dorso de los muslos el obstáculo de la cama, y derrumbóse, con una luz de agonía en las pupilas. Habían caído las hombreras de su túnica hasta descubrir la perfecta floración de los senos, y bajo la candente caricia masculina abriéronse los muslos al amor.

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Preguntas frecuentes sobre el libro

Respuesta:
Todos los libros de nuestro catálogo son Originales.
Respuesta:
El libro está escrito en Español.
Respuesta:
La encuadernación de esta edición es Tapa Blanda.

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